Antonieta  Jiménez Izarraraz

A los humanos nos encanta saber cómo viven los demás. Disfrutamos husmear para saber cómo otros, que no somos nosotros, resuelven la vida. Lo hacemos por muchos motivos, y hay quien dice que el principal de ellos es la supervivencia. Casi casi, podemos decir que ser chismosos por otras formas de vivir está en nuestro código genético, porque así es como aprendemos a vivir, a elegir qué hacer y qué no, a decidir por qué no hacerlo de determinada manera o incluso a juzgar a quienes hacen las cosas diferentes.

La curiosidad sobre la vida de otras personas es algo que desarrollamos desde niños, y por cierto, las respuestas que encontramos en esta fundamental etapa resultan ser absolutamente educativas para el resto de nuestras vidas. La manera como entendemos la diversidad humana puede moldear actitudes de respeto o de rechazo a personas que practican otras formas de vivir, de solucionar su día a día.

En la base de todo ello está nuestra posibilidad de observar y de decidir. Existen algunos estudios hechos por biólogos que muestran cómo otras especies observan y aprenden de lo que observan, lo cual nos ayuda a entender nuestras cualidades como algo presente en otros lugares de la naturaleza. Sin embargo, somos nosotros quienes tenemos esta habilidad más desarrollada.

En efecto, los humanos no solamente observamos y aprendemos de manera directa, como quien asiste a una clase de cocina de manera presencial. También lo hacemos de formas indirectas e incluso con fantasía. Hay quien crea historias y hay quien las consume como si estuviera teniendo la posibilidad de hacer esa observación sobre la vida de otros.

Los humanos observamos a otros humanos por muchos motivos, y el desarrollo de habilidades para solucionar una pregunta tan importante como ¿cómo es tal o cual persona o grupo de personas?, pueden llegar a tener en algunas ocasiones consecuencias vitales. Imagina que estás en tu ciudad, y de repente alguna circunstancia te hace estar en un callejón obscuro. Caminas y estás en un punto en el cual ya no puedes retroceder y frente a ti reconoces la sombra de una persona.

Por supuesto, la pregunta esencial es, ¿me querrá dañar esa persona? ¿me querrá ayudar? (¡instinto de supervivencia pura!). De igual manera, al encontrar formas desconocidas de vivir lo primero que buscamos reconocer es si existe una amenaza a la integridad personal o de la gente que nos importa. Cuando un grupo de migrantes llega a una ciudad y las personas se instalan en una colonia la reacción puede llegar a ser similar: ¿desajustarán nuestra forma de vivir? ¿será buena su presencia para mantener nuestra estabilidad? ¿su presencia es conveniente para nosotros?

Las personas comenzarán a observar cuáles son sus rutinas, cómo viven, cómo solucionan la vida. Por supuesto, comenzarán a juzgar algunas cosas de manera positiva y otras… no tanto. Es la naturaleza humana. En esa observación puede haber muchas otras preguntas: ¿qué puedo aprender de estas personas? ¿en qué me pueden ayudar? ¿hay algo que estén aportando a mi manera de pensar? ¿hay algo en lo que yo podría ayudarles?

La interacción con grupos de personas es algo que ha existido en absolutamente toda la historia de la humanidad, y la cantidad de reacciones pueden reconocerse como más o menos acotadas: aceptación Vs. rechazo; respeto Vs. intolerancia; empatía Vs. indiferencia; todas influenciadas por la cultura, las cosmovisiones… y el instinto de supervivencia.

Pero, ¿cómo esta cualidad humana nos puede hacer más fácil el camino de la interpretación? La respuesta es más simple de lo que imaginamos: La curiosidad por otras formas de vida es algo que existe, ha sido nuestra principal fuente de aprendizaje como seres humanos, y de motivo para organizarnos y organizar la forma en que vivimos en sociedad. En realidad, es una cualidad que se deja ver en todos lados, como en nuestro apetito por saber lo que la pasa a otras personas y la manera en que resuelven circunstancias, o incluso accidentes de la vida cotidiana.

Si tanto gusta a los humanos saber cosas sobre la vida de otras personas, ¿podemos hablar a los humanos que tenemos como público acerca de cómo viven o vivían personas en el pasado? Imaginemos una sala que contiene patrimonio cultural de cualquier época, por ejemplo, un vaso hecho en el siglo XVI. ¿Qué tal si en lugar de hablar de sus medidas, su tamaño o la técnica de manufactura, le presento a mi visitante a la persona que lo usó, que lo fabricó o que lo vendió, y le cuento un poco de cómo vivía?

Puedo asegurar que las personas encontrarán más interesante, relevante y significativa esa información, y que incluso querrán saber más, ¡justamente porque es maravilloso curiosear sobre la vida de otras personas!

La persona a quien presentemos puede ser real o hipotética; por ejemplo, puede ser algún personaje que represente a muchos que vivieron en ese lugar, en ese tiempo y que usaron ese tipo de vasos, porque lo importante es presentar formas de vida distintas a la que nuestro público tiene por cotidianas, rutinarias y que considera “normales”. Entre las ventajas hay unas muy provocadoras: podemos enseñarle a la gente que las cosas no han sido siempre como las ha conocido nuestro público a lo largo de su vida, y que hay soluciones diferentes para los mismos tipos de problemas o necesidades. Así que no te sientas culpable si inventas un personaje con el fin de presentar una manera de vivir de una cultura en el pasado: el efecto será mucho más poderoso, porque habrás permitido a tu audiencia conectarse de una manera más íntima con otras formas de pensar y de hacer.

En esta forma de hacer interpretación del patrimonio cultural, siempre hablaremos menos de objetos y más de personas. Los objetos y sus cualidades o características se convertirán en una vía (o un motivo) para hablar de las personas, y se mencionarán en relación con algo que la gente hacía o pensaba. Procuraremos conectar gente con gente, y por supuesto, habremos de conocer a nuestra audiencia para saber qué aspectos les interesaría saber más sobre esa gente desconocida. Por ejemplo, a un hombre que se dedica al oficio de la construcción, le podría interesar saber un poco acerca de cómo vivían las personas que construían edificios, o cómo aprendían su oficio, cómo desarrollaron algunas habilidades particulares o cómo lograron construir obras excepcionales; a un grupo de expertos en gastronomía podría interesarles conocer cómo las antiguas cocineras construían los sabores, qué plantas y animales eran más cocinados o cómo hacían para conseguir productos particulares o especias.

La interpretación del patrimonio cultural, vista así, se puede entender como “el arte de presentarle gente a otra gente”, y puede tener tantas posibilidades como formas de referirte a la gente que hizo, vivió, pensó o pasó tiempo con los objetos que con frecuencia presentamos en lugares donde hay patrimonio cultural, justamente porque no hay objeto del patrimonio cultural que no haya sido producto de una forma de vivir.

El presente texto es un breve resumen del artículo Interpretación del Patrimonio Cultural: el arte de presentarle gente a otra gente, de Antonieta Jiménez, publicado en CR-Conservación 19. INAH, Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, 2019. Para descargar el artículo haz click aquí.

A los humanos nos encanta saber cómo viven los demás. Disfrutamos husmear para saber cómo otros, que no somos nosotros, resuelven la vida. Lo hacemos por muchos motivos, y hay quien dice que el principal de ellos es la supervivencia. Casi casi, podemos decir que ser chismosos por otras formas de vivir está en nuestro código genético, porque así es como aprendemos a vivir, a elegir qué hacer y qué no, a decidir por qué no hacerlo de determinada manera o incluso a juzgar a quienes hacen las cosas diferentes.

La curiosidad sobre la vida de otras personas es algo que desarrollamos desde niños, y por cierto, las respuestas que encontramos en esta fundamental etapa resultan ser absolutamente educativas para el resto de nuestras vidas. La manera como entendemos la diversidad humana puede moldear actitudes de respeto o de rechazo a personas que practican otras formas de vivir, de solucionar su día a día.

En la base de todo ello está nuestra posibilidad de observar y de decidir. Existen algunos estudios hechos por biólogos que muestran cómo otras especies observan y aprenden de lo que observan, lo cual nos ayuda a entender nuestras cualidades como algo presente en otros lugares de la naturaleza. Sin embargo, somos nosotros quienes tenemos esta habilidad más desarrollada.

En efecto, los humanos no solamente observamos y aprendemos de manera directa, como quien asiste a una clase de cocina de manera presencial. También lo hacemos de formas indirectas e incluso con fantasía. Hay quien crea historias y hay quien las consume como si estuviera teniendo la posibilidad de hacer esa observación sobre la vida de otros.

Los humanos observamos a otros humanos por muchos motivos, y el desarrollo de habilidades para solucionar una pregunta tan importante como ¿cómo es tal o cual persona o grupo de personas?, pueden llegar a tener en algunas ocasiones consecuencias vitales. Imagina que estás en tu ciudad, y de repente alguna circunstancia te hace estar en un callejón obscuro. Caminas y estás en un punto en el cual ya no puedes retroceder y frente a ti reconoces la sombra de una persona.

Por supuesto, la pregunta esencial es, ¿me querrá dañar esa persona? ¿me querrá ayudar? (¡instinto de supervivencia pura!). De igual manera, al encontrar formas desconocidas de vivir lo primero que buscamos reconocer es si existe una amenaza a la integridad personal o de la gente que nos importa. Cuando un grupo de migrantes llega a una ciudad y las personas se instalan en una colonia la reacción puede llegar a ser similar: ¿desajustarán nuestra forma de vivir? ¿será buena su presencia para mantener nuestra estabilidad? ¿su presencia es conveniente para nosotros?

Las personas comenzarán a observar cuáles son sus rutinas, cómo viven, cómo solucionan la vida. Por supuesto, comenzarán a juzgar algunas cosas de manera positiva y otras… no tanto. Es la naturaleza humana. En esa observación puede haber muchas otras preguntas: ¿qué puedo aprender de estas personas? ¿en qué me pueden ayudar? ¿hay algo que estén aportando a mi manera de pensar? ¿hay algo en lo que yo podría ayudarles?

La interacción con grupos de personas es algo que ha existido en absolutamente toda la historia de la humanidad, y la cantidad de reacciones pueden reconocerse como más o menos acotadas: aceptación Vs. rechazo; respeto Vs. intolerancia; empatía Vs. indiferencia; todas influenciadas por la cultura, las cosmovisiones… y el instinto de supervivencia.

Pero, ¿cómo esta cualidad humana nos puede hacer más fácil el camino de la interpretación? La respuesta es más simple de lo que imaginamos: La curiosidad por otras formas de vida es algo que existe, ha sido nuestra principal fuente de aprendizaje como seres humanos, y de motivo para organizarnos y organizar la forma en que vivimos en sociedad. En realidad, es una cualidad que se deja ver en todos lados, como en nuestro apetito por saber lo que la pasa a otras personas y la manera en que resuelven circunstancias, o incluso accidentes de la vida cotidiana.

Si tanto gusta a los humanos saber cosas sobre la vida de otras personas, ¿podemos hablar a los humanos que tenemos como público acerca de cómo viven o vivían personas en el pasado? Imaginemos una sala que contiene patrimonio cultural de cualquier época, por ejemplo, un vaso hecho en el siglo XVI. ¿Qué tal si en lugar de hablar de sus medidas, su tamaño o la técnica de manufactura, le presento a mi visitante a la persona que lo usó, que lo fabricó o que lo vendió, y le cuento un poco de cómo vivía?

Puedo asegurar que las personas encontrarán más interesante, relevante y significativa esa información, y que incluso querrán saber más, ¡justamente porque es maravilloso curiosear sobre la vida de otras personas!

La persona a quien presentemos puede ser real o hipotética; por ejemplo, puede ser algún personaje que represente a muchos que vivieron en ese lugar, en ese tiempo y que usaron ese tipo de vasos, porque lo importante es presentar formas de vida distintas a la que nuestro público tiene por cotidianas, rutinarias y que considera “normales”. Entre las ventajas hay unas muy provocadoras: podemos enseñarle a la gente que las cosas no han sido siempre como las ha conocido nuestro público a lo largo de su vida, y que hay soluciones diferentes para los mismos tipos de problemas o necesidades. Así que no te sientas culpable si inventas un personaje con el fin de presentar una manera de vivir de una cultura en el pasado: el efecto será mucho más poderoso, porque habrás permitido a tu audiencia conectarse de una manera más íntima con otras formas de pensar y de hacer.

En esta forma de hacer interpretación del patrimonio cultural, siempre hablaremos menos de objetos y más de personas. Los objetos y sus cualidades o características se convertirán en una vía (o un motivo) para hablar de las personas, y se mencionarán en relación con algo que la gente hacía o pensaba. Procuraremos conectar gente con gente, y por supuesto, habremos de conocer a nuestra audiencia para saber qué aspectos les interesaría saber más sobre esa gente desconocida. Por ejemplo, a un hombre que se dedica al oficio de la construcción, le podría interesar saber un poco acerca de cómo vivían las personas que construían edificios, o cómo aprendían su oficio, cómo desarrollaron algunas habilidades particulares o cómo lograron construir obras excepcionales; a un grupo de expertos en gastronomía podría interesarles conocer cómo las antiguas cocineras construían los sabores, qué plantas y animales eran más cocinados o cómo hacían para conseguir productos particulares o especias.

La interpretación del patrimonio cultural, vista así, se puede entender como “el arte de presentarle gente a otra gente”, y puede tener tantas posibilidades como formas de referirte a la gente que hizo, vivió, pensó o pasó tiempo con los objetos que con frecuencia presentamos en lugares donde hay patrimonio cultural, justamente porque no hay objeto del patrimonio cultural que no haya sido producto de una forma de vivir.

El presente texto es un breve resumen del artículo Interpretación del Patrimonio Cultural: el arte de presentarle gente a otra gente, de Antonieta Jiménez, publicado en CR-Conservación 19. INAH, Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, 2019. Para descargar el artículo haz click aquí.

Fotografía: Michele Valentinus, Openphoto, Creative commons.